Mientras lloraba en la baño de la uni, Jijí recordaba con cierta culpa aquellos días de séptimo grado. En algún punto le hubiera gustado ser la niña buena y perfecta que todos esperaban que fuera. “Tal vez si hubiera hecho las cosas de otra manera, ahora no estaría sola y llorando en un inodoro arrepintiéndome...” Es que después del día de la excursión Jijí había decidido, por una vez, no dejar las cosas tal y como estaban. Al día siguiente, en la escuela, Jijí decidió tomar cartas en el asunto. El evento importantísimo que se aproximaba le iba a venir como anillo al dedo. Resulta que todos los años, para el día de la primavera se hacían unas competencias entre las distintas escuelas del barrio. Una de las categorías era la de reina y princesas de la primavera. Ese año Jijí tenía especial confianza en su “belleza”. No sabía bien porqué. Más de una vez los chicos se habían encargado de dejarle bien en claro que “linda” no era el calificativo apropiado para describirla. Su cabecita había grabado con tenacidad frasecitas como “¡chau, fea!" y “¡con esa cara de bosta, tenés que estar bajo tierra fertilizando mi jardín!”. Pero bueno, ya sabemos que para Jijí “perseverancia” y “disciplina” eran sus palabras de cabecera así que ahí fue ella a la escuela con un moño blanco en el pelo y la pollera del uniforme perfectamente planchada.
Al término de la votación, la maestra hizo el recuento. ¡Jijí no podía salir de su asombro cuando la seño le informó que había salido segunda princesa y, lo que era mejor todavía, le había ganado a la gordita compactera! Jijí puso cara de súper buena compañera, hizo eye contact con la gordita y le levantó el pulgar al tiempo que le guiñaba un ojo. La gordita no pudo más que fruncir la nariz en señal de desagrado. ¡Pero ya nada le importaba a Jijí! ¡Era tan feliz! ¡Finalmente el mundo reconocía su verdadera esencia! ¡Ya no podía sino triunfar en el mundo! Se imaginaba con su vestidito rosa con apliques de florcitas blancas, causando el asombro de los espectadores. Esa noche, después de la competencia seguro que bailaría un lento... “Tendría que rayar la suela de los zapatos para no resbalarme y pasar un papelón” pensó Jijí apoyando su dedito índice en sus labios.
Pero como todas las cosas buenas en la vida de la pobrecita Jijí, la alegría duró poco. La seño se había quedado en silencio observando los votos esparcidos sobre la mesa. Al rato, levantó la mirada y dijo con voz solemne:
-A ver chicas, me parece que hubo un error en el recuento... Sí, sí, efectivamente. Pido perdón pero Jijí, vos no saliste segunda princesa, sino la gordita compactera...
Bueno, en realidad no dijo “gordita compactera”, pero Jijí tenía “capacidades especiales” y a veces su audición no era del todo precisa. En este caso, cada vez que decían el nombre de la compactera, ella escuchaba o gordita compactera, o dagor, gordita mersa, etc. Innumerables sobrenombres que imaginaba Jijí a la noche para dormirse y aliviar esa bronca que le comía el almita...
Pobre Jijita no podía contener sus lágrimas, aunque se encargó de disimularlas muy bien. Por suerte tocó el timbre del recreo y pudo salir rápido del aula. Fue corriendo hasta el quiosco y, como hacía siempre que se tenía un poquitín de lástima, se compró su alfajorcito y su Coca en botellita de vidrio. Sentada en uno de las escalones del patio miraba sin expresión como la compactera saltaba la soga una y otra vez con sus amigas: Arriba, abajo, arriba, abajo, tum tum tum, rebotaba toda ella y sus accesorios de última moda que se ponía especialmente para el recreo porque no se los dejaban usar durante la clase. Cantaban felices las chicas: “¡toca el cielo, toca la tierra, da media vuelta y...” Antes de que el corito pudiera decir “sale” – momento en el que la gordis tenía que salir airosa del ejercicio combinado de salto y canto- Jijí no logró contener el impulso de dejar rodar disimuladamente la botellita de Coca justo en dirección a los piecitos ágiles de la saltarina... ¡Paf! De frente contra el suelo cayó su archienemiga. Todas quedaron paralizadas, horrorizadas ante semejante espectáculo: la cara completamente ensangrentada y en el piso girando sobre su eje, un dientecito blanco.... Jijí gritó “¡A la miércoles! ¡Chicas, alguien guarde el diente que tal vez más adelante se lo pueden pegaaar! ¡como cuando te cortás un dedo!”
No vale la pena detenerse en todos detalles de los días que le siguieron al accidente, sólo en uno: alguien debió reemplazar a la compactera y por orden de “llegada” le correspondió a Jijí. Así fue que finalmente pudo ponerse su vestidito rosa con apliques de florcitas no sin cierta culpa y arrepentimiento por no haber sido del todo la Jijita buena y linda que quería ser para los demás...
¿Quién podría quererla verdaderamente sabiendo que tenía pensamientos y, ahora también, hechos tan oscuros en su haber? Jijí no quiso pensar más y sacudió su cabeza para sacarse esas ideas feas de encima. Se puso su vestidito y salió a encontrarse con sus compañeras, aunque en el fondo, a pesar de estar acompañada, no pudo evitar sentirse, otra vez, sola.
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1 comentario:
Lo que decía antes, un día Jijí haría algo digno de una Juajuá, he aquí un ejemplo.
(Digamos que Jijí y la gordiña compactera quedaron a mano, ¿no?)
Saludos y hasta la próxima entrega.
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